- ¿Quien c... estuvo jugando con la linterna? – reclamo indignado cuando advierto que la linterna de emergencia no funciona.
- No digas groserías delante de las niñas! – me amonesta la Gorda.
- Además, esas pilas las compraste para el terremoto del 97 ¿no te acuerdas? Que más iban a durar – interviene mi hija mayor.
Después que compruebo que los teléfonos no funcionan, empieza entonces una búsqueda desesperada de velas en todos los cajones, y cuando logro finalmente dar con el chongo de una, no hay donde instalarla, porque las palmatorias han desaparecido misteriosamente.
La Gorda, aporta la nota de pragmatismo, entonces la instala en un vaso, pegándola sobre cerote derretido. Y listo.
Es que detesto esta repentina oscuridad, tal vez porque la asocio a una catástrofe inminente, o alguna calamidad que ha ocurrido en alguna parte. O tal vez venga de la lejana niñez en el campo cuando se le terminaba el combustible al generador y nuestro padre debía salir a la noche para reponer el suministro mientras todos nos quedábamos esperando su regreso en la oscuridad de una inmensa casona.
Para la nieta esta inesperada oscuridad, apenas pasado el temor inicial, se convierte en cambio en una especie de juego, de esconderse y reaparecer inesperadamente. ¡Buuu!. Las mujeres de la casa en tanto optan por reunirse alrededor de la vela a desgranar porotos, deshojar choclos o simplemente comentar sobre el acontecimiento diario.
Y miran con creciente impaciencia como recorro las habitaciones rebuscando en los cajones en busca de un par de pilas que puedan hacer funcionar la única radio que hay en la casa y que ¡ adivinen!... está sin baterías quien sabe desde cuando. Talvez también desde 1997.
Me siento entonces como encargado de la ONEMI al que el terremoto del sur lo sorprendió con los slips abajo: de regreso de sus vacaciones onda relajado, se le cortaron las comunicaciones, los aviones están sin pilotos, o , al revés, los pilotos sin aviones, y todo eso.
Reflexiono que, después de todo, nuestra familia refleja el nivel de preparación que tenemos en el país para enfrentar una emergencia.
En alguna parte leí que en Japón, país altamente sísmico, y devastado por una guerra, a los niños desde pequeños les enseñan que en sus casas deben tener siempre linternas, una radio a pilas (con pilas) , agua envasada, una bolsa con ropa de repuesto, en un bolso listo a cogerlo apenas se inicia la emergencia.
En Chile en cambio – obvio, ¿no? – hacemos las cosas a la chilena. Es decir, al “lotijuai” como se dice.
Y mi hija menor que me ve revolver los cajones como un energúmeno, me sugiere desde el comedor:
- Papá... ¿y porqué mejor no usa la radio del celular?
“Cuec”. No se me había ocurrido.
Me instalo entonces con los audífonos a escuchar una radioemisora lejana que confirma que no se trata de ninguna catástrofe ocurrida o inminente, simplemente que se saltó un fusible en algún lugar de la red interconectada del país. ¡Otros que hacen las cosas a la chilena!, pienso. Es suficiente un cuetazo en algún lugar de la red para dejarnos a todos a oscuras y medio histéricos tratando de comunicarnos.
Con las líneas telefónicas colapsadas por miles de neuróticos como yo, sin computador o internet (porque no he pagado el servicio de internet móvil), y nada que hacer me siento en la oscuridad del living, a observar a mis hijas que conversan o se comunican con sus amigas mediante mensajes del celular. ¡Tampoco se me había ocurrido!.
De pronto mi celular recibe un mensaje de texto. Es una sobrina desde Santiago. Leo horrorizado:
- Ola pairino. Ai luz aya en Ovaye? Esq aka no ai. Saludo T qro muxo.
- Oye.. la Naty está en el último año de la universidad ¿ y tiene esta ortografía? – pregunto finalmente.
- Nada que ver papá ... es lenguaje MSM. – interviene mi hija menor.
Toma mi teléfono y traduce:
- “Hola padrino. ¿Hay luz allá en Ovalle? Es que acá no hay. Saludos. Te quiero mucho”.
Y observando mi expresión consternada explica con peras y manzanas:
- Lo que pasa es que si escribe correctamente , el mismo mensaje le saldría como cincuenta veces pesos más caro. Y si calculas cien mensajes a la semana... Por eso se escribe así, para ahorrar ¿cachai?
Y yo que responsabilizaba del bajo nivel de lectoescritura de nuestros jóvenes a la educación de los colegios municipales, a la televisión, a la Reforma Educacional y todo eso. Y ahora resulta que la culpa la tiene la Movistar, o Claro, o el que sea.
- Papá ¿porqué no te tranquilizas?. Ya va a llegar la luz ... – sugiere la hija mayor a su vez.
La Gorda, mueve la cabeza en silencio.
El retorno de la electricidad me sorprende sentado en el sillón del living observando la pantalla del celular, reflexionando sobre el apagón de la luz, el apagón cultural, la emergencia, el críptico mensaje MSM, y todo eso.
- Gorda, acuérdate mañana de que tenemos que comprar pilas para la linterna, velas, palmatorias y todo eso. Debemos estar mejor preparados para una emergencia.
Ella vuelve a mover la cabeza. Es que recuerda que dije exactamente lo mismo para la última vez.
¡Pero que diablos... si así somos en este país!